La Gran Muralla Verde, como se conoce el bosque artificial sembrado en China para frenar el rápido avance del desierto, ocupará 400 millones de hectáreas en 2050 y cubrirá más de 42 por ciento del territorio nacional. Pero especialistas critican sus mentados beneficios para mitigar el cambio climático.
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China tiene el bosque artificial más grande del mundo, que cubre más de 500.000 kilómetros cuadrados. El gobernante Partido Comunista anunció este año que cumplió su objetivo para 2010 de abarcar 20 por ciento del territorio.
El gobierno se propone plantar una franja de árboles de 4.480 kilómetros que se extenderá de la provincia de Xinjiang, en el extremo oeste, hasta la de Heilongjiang, en el este.
El proyecto comenzó en 1978. La Asamblea Popular Nacional, órgano legislativo de China, aprobó tres años después una resolución que obliga a toda persona mayor de 11 años a plantar por año al menos tres álamos, eucaliptos, alerces u otras especies.
La gente de a pie plantó unos 56.000 millones de árboles en China en la pasada década, según datos oficiales. En 2009 se sembraron 5,88 millones de hectáreas.
Es el “mayor programa que se haya visto en el mundo”, sostuvo el ambientalista y ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore (1993-2001). China siembra dos veces y media más árboles por año que el resto de países reunidos, señaló el premio Nobel de la Paz.
China superó a Estados Unidos como el mayor emisor de dióxido de carbono del mundo en 2007. Se prevé que la tendencia continúe de la mano del crecimiento económico de este país.
Beijing invirtió grandes sumas de dinero en tecnología limpia y prometió cerrar miles de fábricas altamente contaminantes. Pero su falta de compromiso con estándares y acuerdos internacionales y la lentitud de sus avances en la materia, le valieron críticas de numerosos países.
Los beneficios de la reforestación son evidentes, según sus defensores, porque ayudan a frenar el rápido avance del desierto en el oeste y norte del país.
China informó en 2006 que 2,63 millones de kilómetros cuadrados, 27 por ciento de su territorio, era desierto, por encima del 18 por ciento registrado en 1994, según un informe de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación.
Además, la pradera pierde 15.000 kilómetros cuadrados al año desde principios de la década de 1980.
Los nuevos bosques absorben más dióxido de carbono que los de crecimiento lento, que casi no quedan en China.
Árboles de crecimiento rápido, como el álamo y el abedul blanco, capturan quizá el doble de dióxido de carbono que los abetos, los alerces y los pinos coreanos, según especialistas.
El gobierno se sirve de la Gran Muralla Verde como propaganda de sus esfuerzos para combatir el cambio climático. Unos tres millones de miembros del Partido Comunista, funcionarios y trabajadores modelo plantan árboles en la primavera boreal, un acontecimiento muy publicitado en el país.
En abril, el presidente Hu Jintao sembró árboles en Beijing para celebrar el 26 aniversario del programa voluntario en la capital. Dos millones de personas se unieron al mandatario, según el estatal Diario del Pueblo.
El gobierno subraya la importancia del bosque para combatir décadas de daños ambientales, pero la campaña oficial tiene varios detractores.
Los críticos sostienen que las especies plantadas y su ubicación limitan la efectividad de la iniciativa. De hecho, la Gran Muralla Verde contribuye con el significativo declive de la calidad del bosque, arguyen. Además, muy pocos animales se adaptan a él, coinciden varios especialistas.
La cubierta boscosa aceleró la degradación ecológica al ejercer presión sobre el precioso recurso hídrico en zonas áridas y semiáridas, explicó Jiang Gaoming, profesor del Instituto de Botánica de la Academia de Ciencias China y vicesecretario general de la Sociedad para la Conservación Biológica.
Las especies plantadas en la Gran Muralla Verde no son autóctonas, dijo a IPS.
“Los árboles nativos son más eficaces para prevenir la desertificación”, remarcó.
La reforestación y la plantación de árboles en zonas que no eran boscosas, de hecho, disminuyen el potencial de la cubierta vegetal para contener el cambio climático, según un estudio de la Universidad de Oklahoma y la de Fudan, en Shanghái, divulgado en mayo.
Las zonas en las que los árboles autóctonos fueron reemplazados por nuevas especies no ayudan a controlar las emisiones de dióxido de carbono, concluye la investigación. Al convertir tierras agrícolas en bosques se reduce la capacidad del suelo para absorber gases contaminantes.
El suelo convertido pierde 80 por ciento de su capacidad para degradar el metano, otro gas de efecto invernadero que concentra más calor en la atmósfera que el dióxido de carbono, según los autores del estudio.
La Gran Muralla Verde contribuyó en algo a frenar el avance del desierto, reconoció Jiang Fengguo, director de la Estación de Supervisión de la Conservación del Agua y del Suelo de Hexigtan Banner, en la región autónoma de Mongolia Interior.
Pero también preocupa el impacto que pueda tener en la cadena biológica local, incluida la fauna, dijo.
Es posible que no sea suficiente, dijo a IPS. “Seguirá habiendo problemas. La desertificación existe y el deterioro continuo del ambiente no se revirtió”, remarcó.
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